Sobre profetas y seguidores: el caso Osho – Juan Carlos Alonso

JUAN CARLOS ALONSO

JuancapadreFant

Juan Carlos Alonso González es Psicólogo (Universidad Nacional, Bogotá), Analista Junguiano de la IAAP (International Association for Analytical Psychology) y miembro de la Sociedad Colombiana de Analistas Junguianos (SCAJ). Magister en Estudios Políticos (Universidad Javeriana). Miembro Fundador y Director de ADEPAC (Asociación de Psicología Analítica en Colombia). Atiende consulta particular como psicoterapeuta y analista junguiano especializado en adultos. Este artículo fue elaborado con base en Cine foro coordinado por el autor en Bogotá el sábado 6 de octubre de 2018. Correo:adejungcol@yahoo.com

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A través del primer episodio de la serie Wild Wild Country (Salvaje, salvaje país), que relata el nacimiento, desarrollo y ocaso del movimiento liderado por Osho en Estados Unidos, analizaré, desde una mirada junguiana, el fenómeno psicológico que se puede desarrollar entre profetas y seguidores.

La serie documental fue lanzada por Netflix sobre el controvertido Movimiento Osho. Lo subió Netflix a su plataforma el 16 de marzo de este año, después de haber arrasado en el festival de Sundance.

Hago una aclaración antes de comenzar esta charla y es que no voy a hacer una crítica del mensaje de Osho, sino un análisis junguiano del fenómeno que se presentó entre este líder y sus discípulos, según como lo muestran los directores de esta serie. Mi propuesta es que veamos lo sucedido como un fenómeno relativamente generalizable a otros movimientos, religiosos, filosóficos, políticos y psicológicos, pues el movimiento de Osho es para mí, sólo un ejemplo del vínculo psicológico que se puede desarrollar entre profetas y seguidores, al despertarse contenidos del inconsciente colectivo.

Un paréntesis y es que Osho es el nombre que toma este líder ya tarde en su vida, casi antes de su muerte. Vemos que en la película lo llaman Bhagwan, que fue el nombre de la primera fundación que él creo en la India. Pero acá lo vamos a llamar Osho en adelante.

El proceso de individuación

Quisiera enmarcar el fenómeno de profetas y seguidores como un riesgo que se puede presentar dentro del proceso normal de desarrollo de la personalidad que todos buscamos. A ese proceso de desarrollo, Jung lo llama el proceso de individuación. Mediante la individuación todos los seres humanos buscamos llegar a hacernos nosotros mismos.

Esto implica un doble trabajo. Internamente, debemos conocer e integrar nuestros aspectos sombríos, pero también externamente debemos buscar diferenciarnos psicológicamente de figuras colectivas, llegando a ser distintos de los demás seres humanos, pero sin aislarnos, sino manteniendo una relación con ellos.

Para el tema que tratamos hoy, es esta segunda tarea la que deseo resaltar porque existe el gran peligro de identificarnos, sin darnos cuenta, con alguno de los arquetipos del inconsciente colectivo. Para nuestro caso, el riesgo es el de identificarnos y ser poseídos por los arquetipos del profeta o del seguidor.

Se trata de un peligro inherente a todo proceso de auto exploración, ya se realice a través de un proceso de psicoanálisis, o a través de un movimiento como el de Osho. En todos estos caminos, necesitamos contactarnos con el inconsciente y eso tiene sus grandes riesgos.

¿Cómo pueden activarse los arquetipos durante el proceso de individuación?

Un sano avance en el proceso de individuación lleva a trasladar contenidos del inconsciente personal a la consciencia, haciéndonos sentir un poco más sabios progresivamente. Eso podría activar los arquetipos del profeta y del discípulo, si el desarrollo interior se produce en una personalidad vulnerable o si existen en su entorno circunstancias psicológicas o psicosociales favorables.

Esa “sabiduría” adquirida durante un proceso de autoconocimiento puede activar el arquetipo del profeta. Y el gran peligro es que el yo del individuo se identifique con esta figura. Lo aclaro. El problema no es que se active esa figura colectiva del profeta. La individuación puede avanzar al relacionarnos con esa figura interior, escuchando sus enseñanzas…, pero teniendo claro que es una fuerza diferente al yo.

Jung lo experimentó mediante la técnica de la imaginación activa, en sus diálogos con el profeta Isaías, lo cual relata en el Libro Rojo. Esta es una técnica útil y sana. El peligro surge cuando nos identificamos con esa figura del profeta o nos dejamos poseer por ella, pues ello causará de inmediato en nosotros una inflación psicológica y un estado de pedantería que Jung denominaba la «personalidad mana», que conducirá a creernos sabios, profetas, mesías, o cualquier otra figura mítica. Y ese fenómeno de posesión o identificación se opone a la individuación.

Psicológicamente se presenta en esos casos, un fenómeno muy paradójico, y es que surge una polaridad profeta-discípulo dentro de la psique. Me explico. Partamos de que existe un principio compensador de la psique entre consciente e inconsciente. Cuando se produce un fenómeno de posesión, es como si se produjera una disolución de la personalidad en sus pares de opuestos. La consecuencia será que el individuo mostrará conscientemente esa actitud de profeta, pero compensatoriamente, su inconsciente buscará un equilibrio a esa unilateralidad. ¿De qué manera? Los contenidos reprimidos por la consciencia pasan al inconsciente y forman allí una polaridad inversa a la consciencia, en este caso de la figura del discípulo, intentando corregir el desequilibrio producido.

Pero lo mismo sucede en el discípulo: la polaridad que se hace consciente en el exterior es la del discípulo, mientras que la del profeta se hará inconsciente en el interior. Esa polaridad también se acompañará por un sentimiento de inferioridad en el exterior y por un delirio de grandeza en el interior.

Eso lleva a descubrir que en el inconsciente de todo profeta existe un discípulo, y en el inconsciente de todo discípulo hay un profeta. Y como sucede con todo contenido reprimido en el inconsciente, lo rechazado tiende proyectarse en quienes le rodean.

Así que los profetas proyectarán su imagen de discípulo en los demás… y los discípulos proyectarán la figura de profeta en otro. Eso explica la conexión tan fuerte que se da entre unos y otros. Eso lo vemos en el caso de Osho y sus seguidores. Después ampliaremos esto.

Propuesta inicial de Osho

Como mencioné, pienso que para nuestro análisis no es tan importante la propuesta misma de Osho. Sus planteamientos iniciales eran interesantes psicológicamente, pero no me parecen especialmente innovadores. Esa “meditación dinámica” que desarrollaban los centros que seguían sus enseñanzas recogía etapas que ya habían trabajado otros enfoques, como el de Wilhelm Reich: la respiración caótica que lleva a la hiperventilación, la explosión emocional, la fase liberadora, y la etapa del silencio.

Pero pienso que en algún momento de su vida, Osho comenzó a sentirse identificado con el arquetipo del profeta. Ya en Poona, él comienza a hablar de una misión mesiánica pues se proponía transformar la consciencia del planeta. Crear un hombre nuevo que no perteneciera a ningún país ni a ninguna religión, sino sólo que fuera un ser despierto que coexistiera en armonía con el resto del mundo. Consideraba que lo que él proponía era un experimento que nunca antes en la historia se había propuesto.

Y algo de sus propuestas que sí me parecen innovadoras, pero no necesariamente positivas, era concebir un nuevo ser humano cuya espiritualidad no rechazara lo material. Y más aún, que no rechazara la generación de riqueza por parte de él y de la comunidad. Eso explica que con los años, Osho llegara a poseer 93 automóviles Rolls Royce. Además, sus enseñanzas estaban claramente dirigidas a personas intelectuales con dinero (a “la crema de la sociedad” como decía su secretaria Sheela), no a gente pobre. El ashram que crea en Poona es un oasis de riqueza en medio de la pobreza de la India.

Algo en lo que quisiera insistir en este momento es que el riesgo de que se presente esta “disolución de la personalidad en la psique colectiva” es un gran peligro. Pero no sólo para los fieles sino también para el profeta. Ambos son víctimas de lo inconsciente colectivo.

Por supuesto que no toda persona identificada con el arquetipo del profeta se convierte en el líder de un movimiento de las proporciones del de Osho. Es necesario que tenga unas características de personalidad cautivantes.  Como vimos en la serie, Osho era una persona carismática, que llenaba estadios llenos de gente, con “aspecto de sabio” como lo define Jane Stork, la discípula australiana. Y como dice el abogado, quien escuchaba sus enseñanzas quedaba “como drogado”, pues “canalizaba una energía que se te metía dentro”.

Pero un movimiento de estos no surge sólo de la necesidad de un individuo como Osho que desea tener poder. Es necesario que también que exista un público que busque alguien a quien darle ese poder. Y eso es un fenómeno colectivo. Porque la sociedad tiene necesidad de figuras mágicas. Jung afirma que alrededor del fenómeno de los profetas se deben reunir tanto la voluntad de poder de un individuo como la voluntad de sumisión de muchos.

Se requiere también un vehículo que atraiga el prestigio personal y el reconocimiento general. Dice Jung que la figura de profeta se comienza con el tiempo a destacar por lo peculiar de “sus ornamentos y sus modos de vida”. Es decir, por las peculiaridades de su máscara colectiva que lo hacen diferente a los demás. Eso mismo sucede con los chamanes.  Es también una constante la posesión de rituales secretos que acentúan la preponderancia de lo colectivo, porque todos esos elementos representan la “máscara” del profeta. Esa máscara facilita el prestigio mágico que le da poder a su portador.

¿Qué perfil suelen tener los discípulos?

En general, los seguidores de los profetas suelen estar pasando por situaciones personales de duelo, crisis afectivas, o ruptura social, como la muerte de un familiar, divorcios, conflictos de pareja, desempleo, entre otras, en ocasiones combinadas con fallas en las redes sociales de apoyo del individuo. También pueden ser situaciones de depresión, o el inicio de edades conflictivas, como la adolescencia, con su temor a enfrentar las responsabilidades de adultos.

En el filme vemos cómo Jane Stork, relata la situación crítica en la que se encontraba, resentida y enojada, con serios problemas de pareja. Busca entonces ayuda psicológica, y la encuentra en un psicólogo que pertenecía a este movimiento de Osho. La otra persona entrevistada, el abogado norteamericano, cuenta que, luego de estudiar derecho y llevar exitosos casos como abogado litigante, se acaba de divorciar y está trabajando, comiendo y bebiendo demasiado y dice estar cansado y destruido.

En muchas ocasiones existe en los discípulos una disposición a ingenuidad y a la dependencia afectiva hacia personas con autoridad, lo cual se nota en esos dos casos, que muestran una gran tendencia a la veneración y a la adoración por su maestro. Cuando Jane conoce a Osho le da “la impresión de que no tocaba el suelo al caminar”.

Como se mencionó, las dificultades aparecen cuando el arquetipo del profeta se adueña del yo de los individuos. Es lo que pudo haber pasado en Osho. Generalmente, la reacción es un sentimiento exaltado de sí mismos, algo desbordado, que los lleva a creer que lo saben todo. Se genera la intuición de que el conocimiento que han adquirido y les ha servido a ellos mismos, puede ser útil a los demás. Lo que es natural. Pero ellos se ven invadidos por un sentimiento de superioridad con tintes de semejanza divina.

Pero volvemos a lo paradójico de esta situación y es que bajo ese sentimiento grandioso subyace una inseguridad muy profunda, y la arrogancia es la contraparte consciente y compensadora de ese desvalimiento. Su inseguridad los empuja generalmente a buscar prosélitos a fin de que ellos les garanticen que sus convicciones son confiables.

De otra parte, en la psique de los discípulos, detrás de su inseguridad consciente, existe el arquetipo del profeta, que al no ser reconocido, es proyectado en el exterior en quien parezca ser poseedor de la verdad. Si lo pensamos bien, la conversión de las personas en discípulos es una situación ideal que tiene muchas ventajas. Dice Jung: “El seguidor se siente indigno y por eso se sienta modestamente a los pies del maestro y eso le evita el trabajo de pensar por sí mismo”. Él habla de una pereza intelectual.

Como se ve en el video, los seguidores de Osho no tienen grandes responsabilidades, porque las responsabilidades se descargan en su maestro. Tampoco necesitan descubrir las grandes verdades de la vida, sino que las reciben cómodamente de Osho. Es decir, disfrutan pasivamente del gran tesoro de sabiduría que el maestro les ha transmitido. El profeta se ve muchas veces obligado a actuar, iluminando el mundo, mientras que ellos simplemente se dejan iluminar. Es un rol social fácil de cumplir, pues se cede el honor de que otro sea el profeta, lo cual es una peligrosa responsabilidad como veremos.

Hay algo común en profeta y discípulos y es que ambos parecen tener límites poco claros en arrogancia e inferioridad. Se podría hablar psicológicamente de que uno tiene una inflación psíquica, y los otros una deflación psíquica.

Aparición de profetas en tiempos de crisis

Veamos  ahora las situaciones psicosociales que predisponen la aparición de un profeta. Dice Jung que los profetas suelen aparecer en tiempos de dificultades, en momentos en que la humanidad está en estado de confusión, como cuando se ha perdido una antigua orientación y es necesario que llegue una nueva. En la obra de Nietzsche, Zaratustra aparece en el momento en que algo grave ha sucedido y es que Dios ha muerto. Y eso hace necesaria la presencia de Zaratustra, porque el hombre necesita una nueva orientación. En ese momento, el viejo sabio debe aparecer para dar una nueva revelación, para dar nacimiento a una nueva verdad.

En el video se menciona que cuando surge Osho, se estaba iniciando en Estados Unidos la guerra de Vietnam, y la gente estaba dejando de creer en lo que decía el gobierno, y ponía en duda la validez de sus religiones y creencias. Eso generó una rebelión de los jóvenes, que buscaban respuestas en su interior.

Según Stevens, un analista junguiano inglés, con el colapso del marxismo a fines de la década de 1980, el fervor revolucionario entre los miembros descontentos de la sociedad tendió a canalizarse hacia la formación de cultos religiosos centrados en figuras carismáticas y despiadadamente autoritarias.

Hay que recordar algunos casos dramáticos, como el suicidio con cianuro de los casi mil seguidores del movimiento «El Templo del Pueblo», discípulos de Jim Jones. Esto sucedió en Guyana algunos años antes del fenómeno Osho, en 1978. Pero posterior a Osho continuaron sucediendo otros casos semejantes. En 1993 murieron 87 miembros (entre ellos 18 niños) del movimiento «Waco» liderado por David Koresh; el suicidio colectivo en Francia, Suiza y Canadá, de 74 personas entre 1994-1997, pertenecientes al movimiento «Templo del Sol»; el atentado de «La Verdad Suprema» en Japón, seguidores de Shoko Asahara, que mató en 1995 a 12 personas con gas sarín; y, uno más, el suicidio colectivo en 1997 de 39 personas, miembros de la secta «La puerta del cielo», en el rancho de Santa Fe de San Diego en California.

O sea, que la tendencia a surgir profetas carismáticos en tiempos de crisis social y establecer nuevos cultos religiosos, es una expresión de los tiempos modernos tan convulsionados. Son tiempos en los que cada uno de nosotros logra su propio «sistema explicativo», y logra en ocasiones establecer un compromiso con el grupo que comparte ampliamente su visión de las cosas, y acepta con ese grupo una interpretación mitologizada del significado de la vida, diferente de la de otros grupos. Todo eso está bien. Pero es necesario estar pendiente de los riesgos colectivos que ello comporta.

Osho se apodera de Antelope en Estados Unidos

Para hacer un resumen del resto de la serie. Ya vimos que el sueño de Osho era crear una ciudad para el nuevo hombre, una “tierra prometida” que fuera ejemplo en el mundo. No fue posible hacerlo en la India porque hacia finales de los 70 existían grandes tensiones con el gobierno de Indira Gandhi y con la sociedad, pero descubrieron que en Estados Unidos la constitución lo permitía. Al ser nombrada Sheela como secretaria personal de Osho, ella recibió la misión de buscar un lugar en ese país, y lo encontró en Oregon. El movimiento compró terrenos que tenían el tamaño de Manhatan.

En Oregon se construyó una ciudad soñada para albergar inicialmente a unas 2.000 personas. Para ello se crearon huertos para su autoabastecimiento, una gran sala de meditación, un centro comercial, restaurantes, tiendas de ropa, un banco, estación de bomberos, un periódico y hasta un aeropuerto. Y todo esto al lado de ese pequeño pueblo de Antelope, habitado por no más de 50 habitantes en su mayoría personas mayores. La llegada de esa multitud fue para los pobladores una invasión que cambió para siempre su tranquilidad. Sorprendidos, los habitantes comenzaron a ver que los seguidores no actuaban solamente dentro de la nueva ciudadela, sino que muchos de ellos comenzaron a comprar casas y negocios en el pueblo.

Se produjeron luego actos de violencia de parte y parte. Unos desconocidos de Antelope pusieron bombas en el hotel que el grupo Osho había construido en el pueblo. La respuesta del movimiento fue comprar armas y comenzar el entrenamiento de armas pesadas. Posteriormente, en las votaciones para cargos públicos locales, los miembros Osho se presentan a votar en masa y ganaron, adueñándose de los principales cargos, incluyendo el de la alcaldía. Eso les dio el derecho a cambiar el nombre del pueblo por un nombre oriental, y a tener su propia comisaría de policía, con agentes que portaban armas. El conflicto entre el pueblo y los Osho se siguió agudizando, y algún tiempo después fueron otros desconocidos, esta vez del movimiento, quienes intentaron envenenar a los habitantes del pueblo con bacterias de salmonela arrojadas secretamente en las barras de comida de varios restaurantes. Para ese momento, Osho había entrado en un silencio voluntario y elegido a Sheela como su vocera, lo cual le daba a ella, una muchacha de 17 años, un poder enorme. Y se va a descubrir luego que todos los sucesos violentos y delictivos fueron coordinados por ella.

Ética individual vs ética colectiva

Todo esto tiene que ver con otro fenómeno psicológico estudiado por Jung, y es el conflicto entre la ética de los individuos frente a la ética de los grupos. Un momento de quiebre en la ética del grupo se da cuando Sheela es informada de que el gobierno nombró a un fiscal para que investigara a la comunidad de Osho, y ella reúne a su grupo más cercano para decirles que era necesario eliminar a ese fiscal que les haría daño. Y es Jane, la discípula australiana, quien se ofreció como voluntaria para asesinar al fiscal. Afortunadamente, no tuvieron suerte en el atentado.

Jung era enemigo de la pertenencia a los grupos grandes porque tenía el convencimiento de que éstos producían una disminución de la responsabilidad y de la ética individual, ya que el sujeto tendía a ver que sus obligaciones y deberes eran absorbidos por la ética colectiva de los grupos grandes. Decía: “Cuanto más fuertes son las normas colectivas que gobiernan la vida de las personas, tanto mayor es su inmoralidad a nivel individual”.

Esto se comprueba en el caso de Jane, quien posteriormente declarará que realmente no sabía por qué se había ofrecido a cometer el atentado. Pero confesaba que lo había hecho. Es como si, el pertenecer a esa comunidad, la llevara a actuar inconscientemente peor que si actuara estando fuera del grupo. Ese es otro riego de lo colectivo y es que los grupos grandes arrastran a los discípulos, relevándolos de su responsabilidad individual.  Escribe Jung: “…lo individual cae en el inconsciente, donde, por ley psicológica, se convierte en lo destructivo o anárquico. Es un hecho notorio que la moral de una sociedad en conjunto es inversamente proporcional a su magnitud, puesto que cuanto más individuos se juntan, tanto más se extinguen los factores individuales, y con ellos la moralidad”.

El poder excluye el amor

La relación de Sheela y Osho pareció estar basada en el amor en toda una primera fase. Pero el poder se fue adueñando también de las acciones de Sheela. Luego de haberse apoderado de Antelope, la ambiciosa mirada de Sheela se dirigió a tratar de apoderarse del Estado de Wasco, al que pertenecía el pueblo. Para conseguirlo recogió indigentes de todo Estados Unidos para alojarlos en la comunidad, logrando reunir 6.000 personas. La finalidad era que todas estas personas votaran en las urnas en las elecciones del Estado. Pero el gobierno no permitió la votación, y el grupo de indigentes se volvió un problema para la comunidad Osho. La posterior solución que dio Sheela fue soltarlos en las ciudades cercanas y dejar que el Estado de Oregón los regresara a sus ciudades de origen.

A comienzo de los años 80 las cosas comenzaron a ir mal para la comunidad Osho. El gobierno de Estados Unidos comenzó a investigar todas las cosas extrañas que allá estaban sucediendo. Sin embargo, no pudieron hacer nada porque el pull de abogados de Osho logró evitar que los agentes del FBI entraran. Pero todo se vino al piso cuando Osho remplazó a Sheela, nombrando como nueva secretaria a Hasya, una discípula rica llegada de Hollywood. Eso no lo pudo resistir Sheela.

Dice Jung “Donde reina el amor no existe voluntad de poder, y donde el poder tiene la primacía, ahí falta el amor”. Eso parece haber sucedido en la relación de Sheela con Osho. El poder y los celos acabaron con el amor, convirtiéndolo en odio. Sheela huyó de Oregon con un grupo de 20 seguidores cercanos hacia Alemania. Osho abandonó su silencio y habló a los medios, condenando públicamente a Sheela por planear crímenes (entre otros el del fiscal y el de su médico personal), envenenamientos a los ciudadanos del pueblo, micrófonos y chuzadas telefónicas en la misma comunidad y robo de dinero. Sheela a su vez respondió amenazando veladamente contar todos los secretos que ella conocía sobre la comunidad. Es terriblemente desagradable escuchar las declaraciones de uno y otro.

Las declaraciones de Osho se devolvieron como un bumerang hacia su comunidad, porque legitimaron el ingreso del FBI a investigar los delitos. Para los devotos era difícil de creer que todo se hubiera hecho a espaldas de su maestro. Cuando Osho vio que la investigación se dirigía contra él, trató de huir de Estados Unidos pero fue capturado en el momento en que su jet aterrizó en Carolina del Norte, para aprovisionarse de combustible antes de salir del país. El gobierno planeó todo para capturar a Osho y a Sheela casi simultáneamente.

Condenado, Osho fue deportado de EE.UU., pagando una multa de 400.000 dólares. Veintiún países negaron su entrada, causando que Osho viajara por el mundo antes de regresar a la India, en donde falleció 5 años después, en 1990. Sheela fue condenada a 4 años de prisión. Jane, la australiana, fue condenada a 10 años.

Conclusión

Finalmente, repito que este análisis no es una crítica a las enseñanzas de Osho ni las de muchos otros líderes. De lo poco que conozco de los planteamientos de Osho, algunos me parecen muy interesantes, otros poco originales y otros los rechazo completamente. Pero eso suele suceder con las enseñanzas de todos los líderes.

Lo que acá deseo es hacer un llamado de atención, como lo hizo Jung, no a dejar la búsqueda de la verdad interior, ni a dejar de guiarse uno por planteamientos interesantes que pueda encontrar en mentes pensantes. El llamado es a evitar creerse uno profeta, y algo igual de terrible o peor, a hacerse uno discípulo de otro individuo, porque en ese momento se corre el riesgo de ser poseído por lo colectivo. Acá recuerdo uno de los mandamientos que el mismo Osho recomendaba, pero que desafortunadamente no facilitaba:

“La verdad está dentro de ti. No la busques en otra parte”.

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